viernes, 1 de enero de 2010

¡TITO!... FÉNIX DEL CHAMAMÉ

Duante la madrugada del último día del año, el querido amigo TITO, me sorprendió con algo que he querido compartir con los amigos del blog, iniciando con esto, nuestra tarea en el presente año 2010.
Con esta semblanza de Bosquín Ortega, les digo a todos FELIZ AÑO NUEVO, y a TITO, que DIOS BENDIGA ese talento innato, único y aún (como siempre digo) no descubierto del todo.
FELICIDADES!!!!!!!!!



“…entre fuertes fui un soberbio
un rebelde entre caudillo
un cantar entre mujeres
sólo ante Dios fui mendigo”.
FRANKLIN RÚVEDA


La llovizna descendía con su cabellera que traslucía el silencio de los barrios. Corrientes desplegaba una coreografía de relámpagos en la cúpula de la madrugada. El viajero expectante protegía el estuche de su guitarra bajo de su pecho, cubierto, apenas, por una campera de tejido liviano. Absorto en un cruce de esquina, hacía señas a los taxis, que, continuos y completos, dejaban la negativa mecánica de los limpiaparabrisas. La ropa entraba a pesar en los huesos. Guardó los lentes de aumento -montura metálica- en el bolsillo húmedo, la lluvia impedía la visión. No percibió, quizá por eso, al auto que se acercaba, con marcha lenta, al borde de la vereda: -“Subí, te llevamos, escuchó”. Reconoció a un amigo. Se acercó al vehículo y distinguió, a su vez, a otro amigo, junto al conductor. Habían pasado casi dos años sin verse y, tampoco, hablarse.
Ocupó el asiento trasero, a la derecha, detrás de “Gringo”; pero calló, casi todo el trayecto del camino. La música los había unido en la juventud, pero las divergencias habían eclipsado la madurez. De imprevisto, el acompañante que, también, viajaba en silencio, dándose vuelta, le comentó: “Vimos en buenos Aires el estreno de la película sobre la vida de Mozart, llamada “Amadeus” y nos acordamos mucho de vos. Luego, giró la cabeza y le confesó sin pudor: “Tito, vos sos como Mozart”.
El viajero aludido era Ricardo “Tito” Gómez, mientras que el súbito revelador era Julio Cáceres, cofundador de Los de Imaguaré -con Julián Zini, sacerdote y poeta y el mismo Gómez- sentado junto a Joaquín Adán Sheridan, oriundos de Mercedes, criaturas del mítico Paiubre. La telegráfica intuición de Cáceres refería al genio innato, travieso y fluyente del célebre alemán, pero asumía, también, la evidencia comprobada, equivalente a un reconocimiento, de los Salieri nativos que usufructuaron sin miramientos del talento abierto de aquel muchacho miope y enamoradizo, mecánico de motocicletas y rockero confeso que destilaba melodías, a la manera de lúdico aroma, en cualquier parte del pueblo, equidistante de manubrios y diapasones.
Cuenta el propio Paí Julián que llamó a Tito con un mandato de cierta urgencia.
Inmerso en botas de cuero, sobre su montura a cilindros y la viola en ristre, arribó a la sacristía.
El polvo del derrape y la frenada, indicaron al sacerdote la presencia del piloto pelilargo.
De inmediato, le tendió una hoja con un poema, escrito a mano, y le pidió que le pusiera una melodía.
Tito lo leyó y asintió. Acercó, medio sonriente, una silla a la mesa, mientras Zini demoraba un amargo, pleno de espuma y silencio, y comenzó el susurro -mentón apoyado en la curva de la caja- de una melodía madurable. Acaso diez minutos, insumieron musicalizar las dos primeras cuartetas que agradaron al cura-vate rural. Pero sin motivo visible, se levantó “me aguarda un comprador de la moto”, dijo y partió.
El horizonte volvió a ser suyo.
Por varios días, el cura intentó retomar la tarea de concluir el estribillo, ayudado de cinco músicos más, sin resultado alguno. La medida de los versos era demasiado larga y requería un desarrollo melódico no usual. Entonces, resignado, dijo, “acá hay una sola solución: llamarlo a Tito”.
Pero Tito era una flecha suelta al centro del vértigo motorizado; sin embargo, la astucia criolla prevaleció sobre la necesidad.
Envió un emisario con un mensaje directo: “Tengo comprador para tu moto. Julián.
A los cinco minutos, Tito retornó en busca del cura y, por ende, del comprador. “Tengo la dirección”, afirmó el clérigo, “pero antes terminá pué’ la musiquita del estribillo que dejaste inconcluso”. La mentira ingeniosa, logró la consumación de “Niña del ñangapirí”, el primer tema del dueto y clásico de la música argentina.
Ésta anécdota de picaresca de parroquia signó una alianza fecunda en la historia del chamamé. El capítulo artístico es epígono de inspiración popular, con asuntos de estirpe guaraní, mestizados por el linaje americano y la teología cristiana, con lenguaje coloquial y proverbial - contados en glosas largas y cantados en textos densos - que rescata los valores de la dignidad criolla y los arquetipos del imaginario colectivo: una saga del espíritu solidario y justiciero del ancestro correntino, desde una poética que integró la tradición a un tratamiento literario y compositivo de legítimas resonancias modernas.
Ansioso, obsesivo y, como corresponde a un artista genuino, insatisfecho, Tito prosiguió la perfección de su instinto melódico, ya nítido en su estilo, pero que buscaba despojarse de ciertas vestiduras para quedarse con su encarnadura esencial.
El Gringo Sheridan, acudió al latido de su llamado y construyeron “Reencuentro”, una morada sonora cuyo nombre significaba el retorno al credo vital de la correntinidad y a la misión del correntino: ser sujeto de identidad en todo sitio del mundo.
“Soy criollo del Universo”, asevera Francisco Madariaga, desde su Yaguareté Corá.
El virtuosismo sutíl del Gringo y el cimarronismo viríl de Tito, sustanciaron una comunión chamamecera que, comulgando en las liturgias laicas de Cocomarola, Montiel y, sobre todo, Abitbol, lograron una epifanía irrepetible que -ausente Sheridan, fórmula solar- pertenece al orden del misterio.
Ahora, Ricardo Gómez, renaciente y reviviente, Fénix de ceniza erguida en el chamamé, Lázaro por amor al canto, atleta de la esperanza, prosigue con su cruzada de belleza memorial, habitado por el duende de Isaco Abitbol y la musa de Marta de la Cruz Quiles. Veteranamente juvenílico, con más noches que la luna, transfiguró la vigilia de sus angustias seriales en el fuego cauterizador del coraje por vivir y seguir digno: ahora, canta por sus cicatríces.
Testimonio de su inventiva prolífica son sus más de 400 canciones, compartidas con distintos y diversas poetas, grabadas más de la mitad por intérpretes conocidos, difundidas por el continente y el exterior. Admirado por Isaco y Antonio Niz, preferido por tres generaciones sucesivas y citado por ensayistas culturales, ingresó a una aurora renacida de creativa claridad. Su condición de cantautor integral, responsable de música y letra propias, ya generó alrededor de 150 canciones registradas, solamente. Pero el dato más actual en su vigente carrera es su ingreso al tango, en carácter de letrista y compositor, y a la escritura, de manera simultánea, con “De las musas en mi vida”, su autobiografía en formato digital.
El nombre de Ricardo Gómez significa un sello propio en la historia de la música popular correntina. Algunos especialistas opinan que “Niña del ñangapirí” marca un antes y un después en el chamamé. ¿Pero quién es Tito en su intimismo o mismidad? Un infante antiguo, asombrado por la poesía de la circunstancia o la existencia que poetiza en un instante; un místico musical, dispuesto a cumplir su misión, incluida la opción de morir en el intento; una sapiencia silvestre para entender y traducir en palabras y sonidos la maravilla constelada del magno poema de la Creación; un asombro invicto ante el rostro del Hacedor contemplado en sus semejantes, síntesis del amor divino; una inocencia cósmica que recibe al Todo, como un don que se celebra y comparte.
Lo distingue su confianza evidente -no ciega- en las pruebas y signos de su obra, nacida a plena luz del ser, alumbrada criatura de su conciencia.
Respira el compás, aspira la síncopa y expira la cadencia de la naturaleza sinfónica o de la armonía telúrica; la música primigenia que vive en el orbe y habita en el gene, que canta en el Universo, como totalidad, y cifra en los ritmos, como singularidad.
Arriesgo: guerrero luminoso, símbolo del escudo, Ricardo “Tito” Gómez, ejemplo auténtico de artista de raza propia.

A Ladislao, hijo de su segunda aurora.

Bosquín Ortega

1 comentario:

Ricardo "Tito" Gómez dijo...

Muchas gracias querido Guillermo.